sábado, marzo 07, 2009

La mudanza hacia ninguna parte (III)

Así es.
La solución vino de arriba en forma de señora octagenaria amante de los gatos y las tazas de té de colección. Aunque en realidad nunca pude comprobar su felinofilia, ni su... (¿cuál es la palabra para tazas de té de colección?)-filia, la vi las suficientes veces para darme cuenta de su edad y de su deseo de vender su departamento. Esto quiere decir que la vi una vez. Así de deseosa estaba. Así de vieja estaba.
Con la asertiva capacidad de convencimiento que caracteriza a mis padres (mi padre por ser periodista de política, mi madre por ser madre), llegaron a un acuerdo con la señora. Por una cantidad que no estoy autorizado a revelar, se firmó la compra-venta del departamento. Estábamos en ascuas. Y en las viejas ascuas. Tuvieron que pasar casi 7 meses para que el verdadero movimiento comenzara. Y es que a Infonavit le gusta difundir el valor de la paciencia. Aparentemente, es de los pocos valores con los que sigue contando.
Pero después de tantas semanas de espera, después de tantas promesas, después de tantos planes, bosquejos, salidas en falso y temblores, todo pasó muy, pero que muy rápido. "Se nos vino encima" es como mejor se describe. Y no hubo "es que yo no sabía" que valiera.
Así, tan de repente como un aviso a media noche sobre una tarea pendiente para el siguiente día, nos asaltó la mudanza. Ninguna defensa fue posible. Tuvimos que pensar o fenecer. Ora estábamos eligiendo losas para el baño, ora quitándolas porque no combinaban, ora planeábamos el lugar ideal para un librero nuevo, ora nos dábamos cuenta con un "¡Ah, caray!" de que teníamos más libros que libreros, ora hacía una caja con el 20% de mis pertenencias, ora el 80% restante se venía abajo junto con la pared falsa entre la recámara de mi hermana y la mía.
Poco a poco la mudanza se acercaba reptando hacia nosotros. El lunes perdimos la cocina. "Capitán, ¿dónde se abastecerán nuestras tropas?". "Llévelas a que se surtan fuera de las líneas de guerra","¿Al Teresita, señor?","¡Use su buen juicio, soldado!","¡Sí señor!¡El Teresita será, señor!". El martes los territorios de la Sala de Estar fueron saqueados. No quedó piedra sobre piedra, no quedó florero sobre mesa. Esa noche durmimos con miedo. El miércoles... lo habíamos perdido todo. "¿Donde jugarán los niños, señor?... ¿Señor? ¡Comunicaciones, hemos perdido al Comandante!
Poco a poco, el sentimiento de desahucietud nos fue dejando. Poco a poco, la vida normal regresaba. Si hemos de hacer una definición de nuestro estado, la más adecuada no sería "independencia", ni "autonomía", ni "separación" mucho menos. Cuando nos pregunten, "¿ya se independizaron de sus padres?", nosotros responderemos "Cuasi-cuasi. Somos un estado libre asociado, más bien". Y es que ahora somos una familia que exploró nuevos territorios y los reclamó para la Reina (que no soy yo, ya acaben con ese chiste). Expandimos nuestro nano-imperio.
Lo extraño es que fue la parte más antigua del imperio la que cruzó los mares para irse a vivir en tierras ignotas. La parte más joven, la más pobre, sencilla y pauferosa (cargamos con pobreza y con Pau), o sea nosotros, fue la que se quedó en el Viejo Mundo.
Y entonces, como hay más razones para celebrar que para lamentarse (o incluso que para mentársela), propongo un brindis por la cuasi-independización de nuestros padres. ¡Salud en su nueva vida de re-casados!¡Salud en nuestra nueva vida de cuasi-solteros!
¡Salud para todos y todas!
Escuché que estornudaron.

martes, marzo 03, 2009

La mudanza hacia ninguna parte (II)

¿A dónde nos estábamos mudando?
Esa idea dio vueltas en mi cabeza un rato. Luego, el que empezó a dar vueltas fui yo. Todo estaba pasando demasiado rápido. En unos pocos días, el orden que tan meticulosamente habían construido mis padres a lo largo de 10 años estaba reajustándose increíblemente rápido. Yo no lo creía. Y lo que es más, fue de esos eventos que pasan tan súbita y fugazmente que cuando terminan te dejan con la duda de si en realidad sucedieron. Bueno, yo sé que la mudanza sí sucedió. Hoy estoy durmiendo en un lugar diferente al que dormía hace dos semanas. Y sin embargo, bien podría haber dormido aquí toda mi vida. Me explico:
Hace algunos años ya, mis padres se dieron cuenta de que necesitábamos un lugar más grande para habitar. Esto les fue llegando poco a poco. Una bicicleta fija que prestaba sus servicios alternos como perchero y como estorbo para abrir la puerta de su clóset; una mesa de centro de sala que tuvo que ser desahuciada al cuarto de servicio por considerarle demasiado grande para una casa tan pequeña (un día le dijo al piano vertical "en este pueblo no cabemos los dos" y tuvo razón; fue envuelta en plástico negro y almacenada donde ya no pudiera retar a más muebles); un par de libreros que contenían apenas la tercera parte de la colección de libros de la casa, volúmenes que se peleaban entre sí para obtener acceso al frente del librero con la esperanza de algún día ser leídos y no regresar a las filas traseras pegadas a la pared donde el olvido podría ser su peor verdugo; el muro de papel entre el cuarto de mi hermana y el mío, que con la debida posición del bajo actuaba como caja de resonancia cuyas ondas sonoras se transmitían a una frecuencia tan baja que afectaba el vuelo de las palomas tlatelolcas; la zotehuela tan atiborrada de chunches innombrables (había utensilios, líquidos, ropa y crecimientos de materia orgánica tan desconocidos para mí que nunca alcancé a clasificarlos) donde había un poco de espacio disponible sólo porque la puerta abría hacia adentro... En fin, todo eso comenzó a decirle a mis padres que comenzábamos a necesitar un espacio más grande. El problema fue entonces encontrar alguna opción que no hubiese sido magullada por la crisis hipotecaria, madre de todas las crisis.
La solución cuasiperfecta vino de allá arriba.
No tan arriba.
Del piso de arriba, pues.

Blog de Evolución de la UNAM