viernes, enero 08, 2010

La vida a sorbos: La conquista de la abundancia.

-Creo que la vida sólo se puede vivir a sorbos- me dijo de repente Jani.
-¿A sorbos?
En su mano sostenía un chocolate caliente, que expedía sabor y aroma en cada voluta de humo. Mientras trataba de entender su sentencia, eché una ojeada a la menguante espuma de mi menguante capuchino. En cierto modo, me pareció una frase tan profunda como una columna estratigráfica que llega hasta el cambriano: la puedes abarcar de un vistazo, pero no comprendes su importancia hasta que un paleontólogo te la explica. Si es que la tiene.
-Sí, mira. Siento que la vida, la realidad, es tan grande que sólo por pequeños instantes puedo percibirla por completo. Que hay tantas cosas que ver y oír, que son pocos los momentos en que puedes estar consciente de todo.
Ya comenzaba a descifrar sus palabras. Al mismo tiempo, me puse a observar a toda la gente que, como nosotros, tomaba café y platicaba en la cafetería. Traté de concentrarme menos en la gente y más en las personas. Primero, divisé a una pareja en la mesa más cercana a la entrada. Luego, a un grupo de amigos que conversaban animadamente, riendo y jugueteando, en la mesa contigua. Había también una familia entera, de padre, madre, hijos, tíos. Al lado, sentados en torno a un sujeto de chamarra negra y vaqueros oscuros, un grupo de niños casi adolescentes se esforzaban por poner atención en la plática gráficamente explicada por el sujeto del centro. A los clientes del fondo de mi fila de mesas, no pude verlos. Fui recorriendo con la mirada toda la fila hasta llegar a la mesa frente a la nuestra. En seguida, intenté recordar a las primeras personas que observara. Al mismo tiempo, traté de percibir en un solo segundo a todas las personas que había visto, de estar pendiente de cada movimiento suyo, de inferir sus emociones y actitudes, de integrar en un solo dato todos sus movimientos. Lo que ocurrió fue que me desconecté por algunos segundos de la conversación que sostenía con Jani. De inmediato traté de regresar a lo que ella me decía, y caí en cuenta de que había guardado silencio en espera de mi respuesta.
-Tienes razón -dije al fin-, tan solo el hecho de estar consciente de cada una de las personas aquí en el Jarocho, te sustrae de cualquier otra cosa. Vemos una gran cantidad de gente y sólo pensamos en una multitud. Tan fácil nos resulta que existe la palabra multitud para referirnos a una gran cantidad de personas. Y no sólo para referirnos a ellas, sino para pensarlas como una sola cosa y nos evitemos problemas de estar al pendiente de cada una.
-Pero no sólo es eso, Vic. Trata de percibir, junto a cada una de las personas, las gotas de agua que caen en los charcos del piso, los autos que pasan por la avenida allá afuera, las luces de los faroles y los semáforos. Luego, abre tus oídos y escucha la vastedad de sonidos que nos rodean. Es el golpeteo de las gotas de lluvia, es cada una de las conversaciones de la gente, es ese molesto y agudo pitido que viene de algún lado. Luego, trata de sentir el viento que te llega a la cara, o la vibración en la mesa que provoca el chico que se arremolina en la silla de aquí atrás, y que en su movimiento transmite esa vibración a tu café. ¿Lo sientes? ¿Sientes esa vibración? ¿Sientes todo eso?
Seguí sus instrucciones y traté de mantenerme al tanto de todo, todo, lo que estaba ocurriendo alrededor mío. Después de unos instantes, me di cuenta de que aunque tenía muchas cosas en la cabeza, ninguna de ellas era un pensamiento propio. Estaba poblada únicamente de sonidos y movimientos. Como si cada una de mis neuronas estuviera ocupada por el estímulo enviado por cada una de las moléculas del ambiente, y al agotarse los espacios, no tuvieran a quién enviar esa información. No había para dónde moverse. Había un embotellamiento en mi cerebro. O mejor aún, un incontenible torrente de información que inundaba todos mis pensamientos.
Tuve que parpadear con energía y fruncir el ceño enfáticamente para salir de aquel estupor. Volteé a ver a Jani, y volví a darle la razón, al tiempo que recordaba las palabras de un filósofo que identificó como una característica humana la "conquista de la abundancia"*. Mis pensamientos estaban tan aglomerado que no recordé su nombre. Pero me pareció que lo que Jani me había señalado tenía exactamente el mismo sentido que las palabras del filósofo.
-Por eso sólo lo puedo hacer un par de veces por día- me confesó Jani-. Sólo en cortos momentos puedo percibir la realidad tal como es.
-Entiendo-, dije yo, mientras volvía a mi capuchino. Acerqué el borde del vaso a mis labios abiertos. Lo incliné para que el líquido dentro de él se deslizara hasta mi boca.
Y lo bebí.
No con prisa.
Sino a sorbos.


P.D. *Es Feyerabend.

Blog de Evolución de la UNAM