jueves, agosto 05, 2010

Confío plenamente en estos puños.

¿Qué más puede pedir un hombre?

Llegar a la cima. Caminar hasta donde los pies aguanten. Dejar exhausto el cuerpo, tan exhausto que se libraría del último aliento de vida y mezquindad. Demostrar que la vida es más que sangre, sudor y chingas. Que también puede ser coraje, inmortalidad e ingenuidad.

Caminar por las calles de mi pueblo nunca me pareció tan purificador. El viejo zaguán de mi casa siempre está al final de la misma calle, pero ya no le tengo miedo. Pronto dirigiré mis pasos de nuevo hacia allá, para volver definitivamente con mi madre, cuando ella llegue. La gente me saluda en las banquetas, me da la mano en los umbrales, me recibe en sus casas y me invita a comer mi comida favorita. Todos hablan de mi último logro, pero yo no puedo hablar nada con ellos. Sólo atino a asentir lentamente, tratando de comprender y sopesar sus palabras hasta el fondo.

A veces me acerco a la puerta de mi casa de la infancia. Estiro la mano para abrirla. Pero traigo puestos los guantes negros, y me es imposible asir nada. Viene una brisa fuerte de olvido, que me eriza los vellos del cuerpo, pues no visto nada más que los pantalones cortos rojos, más rojos que nunca. No derramo lágrimas porque yo nunca lloro.

En otros tiempos soñaba que volvería a mi pueblo con una gran bolsa de dinero para pagar las cuentas, portando en el vientre el cinturón de campeón, guiando a un séquito de admiradores, críticos y muchachos novatos y entusiastas hacia mi casa, para mostrarles que desde el principio sabía lo lejos que llegaría. Soñaba que podría venir a retirarme, lejos de las cicatrices, el juego sucio, los golpes que te tiran a la lona. Que volvería para criar mis cerdos, verlos crecer, bautizarlos "Parnassus", "Roble", "Oso", "Chucho". Con el dinero de las veladas, construiría una casita en los bordes de mi granja, para vivir ahí con Anita. Confiaba plenamente en estos puños.

Nunca el sonido de la lluvia ha sido más fuerte que ahora. Me sigue molestando esta punzada en las costillas. No salió con el masaje. No salió con el combate. No salió con los golpes, con los besos, con el llanto, con la sangre. ¿Tendrá Don Ángel la misma punzada? Si él pudo arreglar otras cosas, ¿por qué no pudo arreglar esta derrota, la definitiva? Sigo esperando a que me diga qué hacer, pues es el es mi manger.

Y estos puños, esta cara con cicatrices, estos pies cansados y callosos siguen esperando a que yo les diga qué otros cuerpos abatir. Pero ésta fue mi última oportunidad.

Mi última oportunidad.

¿Algo más puede pedir un hombre?


(Inspirado en la obra de teatro "Esta noche, Gran Velada" de Fermín Cabal)

Blog de Evolución de la UNAM