sábado, abril 27, 2013

Hyperion, de Dan Simmons

La Ciencia Ficción

Mucha gente piensa que lo mejor de mí son las naves espaciales, los monstruos alienígenas, los viajes en el tiempo, los robots malignos y todo eso que se usa para llenar las salas de cine. Pues bien, déjenme decirles que están equivocados. Es decir, entre mis páginas encuentran eso, pero también algo más. Yo no soy un concurso para ver quién imagina los futuros más alocados. Cuando me escriben con maestría, mi fin último es mostrar lo que el ser humano haría enfrentado a esos futuros. Mi tarea es colocar a la humanidad en circunstancias ajenas e impensables con el único fin de que aprenda más sobre su propia naturaleza.

 El libro

Hyperion a veces se siente confundido. Sabe que tiene el nombre de un dios griego, pero no sabe más pues entre sus páginas no se menciona otro dato. Lo que sí se menciona es que comparte el nombre con otro libro que fue escrito un par de siglos atrás, por un autor completamente diferente al suyo, un tal John Keats. Si acaso esa homonimia es coincidencia, Hyperion sólo alcanza a sospecharlo. Su verdadero autor, un tal Dan Simmons, no vivió hace dos siglos, sino que todavía existe en algún lugar de los Estados Unidos, llenando páginas de ciencia ficción, terror y fantasía. Dentro de Hyperion también existe un John Keats, pero no es ningún poeta romántico del siglo XVIII, sino un híbrido entre un cuerpo humano y una inteligencia artificial. Dentro de la novela Hyperion, John Keats, el híbrido, viaja en algún momento a Hyperion, el planeta, donde se yergue John Keats, la ciudad, bautizada así en honor a John Keats, el poeta, autor de Hyperion, el poema.
Esto sólo logra confundir más al pobre libro.
Tres John Keats y tres Hyperiones forman una urdimbre entre ciencia ficción y homenajes literarios pocas veces vista en un libro de su género. Esto no consuela a Hyperion, pero un libro no está para ser consolado, sino para ser leído, cosa que este tomo permite a la perfección.

El librero

Mi historia como librero es en su mayor parte aburrida. Solía ser un pino, si es que puede decirse de algo que antes fue algo y ahora es otra cosa sin tener que cambiar de esencia y por lo tanto de nombre. Luego, alguien me echó abajo, me hizo tablas y me convirtió en un anaquel. Viví doce años en el archivero de un despacho de abogados. Guardé entre mis maderas insufribles folios, que me adormecían el espíritu más que ninguna niebla. Debido a este estilo de vida burocrático, mi superficie pronto se fue desgastando hasta adquirir el acabado característico de la piel arrugada de un sabio. Cuando deje el despacho me alegré por partida doble. Primero, por abandonar los folios de adormidera, y segundo, porque mi nuevo hogar resultó ser una librería de viejo. 
Me colocaron esquinado en el fondo del local y apretujaron sobre mis tablas títulos varios como Crónicas marcianas, El hombre invisible, Los propios dioses, Duna e Hyperion. Mi vida no ganó demasiadas emociones, pero algo dentro de mí me movía a sentirme soberbio y ufano. Creo que fue ese aire de seguridad lo que atrajo a aquel muchacho anteojudo y de pelo largo que visitó la librería un día de primavera. Vino directamente hasta mí, como si me hubiera estado buscando largos años, y cuando sacó de entre mis entrañas un tomo de pasta dura forrado en azul, la cara se le iluminó como si hubiera hallado oro. Me dejó con un vacío que pronto fue llenado por otros libros, pero el aura de satisfacción que me transmitió me acompaña hasta hoy y es a lo que acudo cuando me da por extrañar tomos perdidos.

El lector

Víctor no sabía qué esperar de Hyperion. Llevaba juntando la saga Los cantos de Hyperion un par de años, comenzando por el último. No quería empezar hasta tener el primero en sus manos y eso es lo que Hyperion era. Pero ahora que lo tenía, lo miraba con azoro. La ciencia ficción fue su primer amor literario. Sin embargo, hace tiempo que no se embarcaba en una novela larga del género y lo cierto era que, con un condenable esnobismo, en su mente la ciencia ficción comenzaba a generar desconfianza estética. Ensayó leer una líneas el mismo día que lo sacó de aquella librería de viejo, pero su atención no pudo fijarse en los párrafos llenos de frases rebuscadas como:
[...] Negros nubarrones cubrían el bosque de gimnospermas gigantes mientras los estratocúmulos se elevaban a nueve kilómetros de altura en un cielo violento. [...] Cerca de la nave, formas reptilianas tropezaban con el campo de interdicción, ululaban y se alejaban entre brumas azules. El cónsul se concentró en una parte espinosa del Preludio e ignoró la proximidad de la tormenta y el anochecer. Sonó el receptor ultralínea. (p. 9)
Víctor dejó que el libro acumulara meses entre las pilas de tomos que tenía por leer. Sin embargo, como en toda historia que nos deja un mensaje, pronto aprendería que emitir un juicio demasiado temprano puede privarnos de goces insospechados. La siguiente vez que abrió las páginas de Hyperion, Víctor se encontraba en el asiento trasero de un coche, en un viaje hacia el norte del país a pasar las vacaciones de Navidad con su familia. En un arranque de auto-desafío, eligió llevar Hyperion consigo, y ahora se encontraba con 8 horas por delante y un libro azul de pasta dura que le devolvía la mirada desde el fondo de su mochila. Decidió darle una segunda oportunidad.
Sorpresa. Lo que encontró en aquellas páginas lo absorbió de tal forma que pasó las calurosas noches en vela y las soporíferas tardes con la nariz metida entre sus páginas. Trató de guardar en la memoria los insospechadamente abundantes fragmentos que le fascinaron, como aquel en la historia del poeta que decía:
Así que en el principio fue la Palabra. Y la Palabra se hizo carne en la trama del universo humano. Sólo el poeta puede expandir este universo, sólo él encontrará atajos hacia nuevas realidades tal como el motor Hawking abre túneles bajo las barreras de la trama del espacio/tiempo einsteiniana. // Comprendí que se poeta, un auténtico poeta, representaba transformarse en el avatar de la humanidad encarnada; aceptar el manto del poeta es llevar la cruz del Hijo del Hombre, sufrir los dolores de parto del Alma Madre de la Humanidad. // Ser un verdader poeta es convertirse en Dios. (p. 186)
O la narración de bitácora del cura antropólogo: 
Día 104: // Cada nueva revelación aumenta mi desconcierto. // La ausencia de niños me ha molestado dede mi primer día en la aldea. AL revisar mis notas, lo encuentro mencionado con frecuencia en las observaciones cotidianas que he dictado a mi comlog, pero no lo he registrado en esta miscelánea personal que denomino diario. Quizá las palpitaciones fueron demasiado siniestras.
O el de la mujer que defendió a toda costa el paraíso natural que era su planeta:
Durante nuestro Primer Encuentro, en el Archipiélago, Siri me llevó a hablar con los delfines. // Nos habíamos levantado para presenciar el alba. Los niveles más altos de la casa arbórea eran un lugar perfecto para ver cómo se iluminaba el pálido cielo. Los ondeantes y altos cirros se volvieron rosados y el mar pareció derretirse cuando el sol flotó sobre el horizonte llano. (pp. 421-422)
A los dos días, Víctor dio vuelta a la última página del libro con la ansiedad propia de quien acaba de agotar su ultima dosis de droga. Trató de consolarse pensando que la historia continuaba a lo largo de tres libros más, los tomos que completaban Los cantos de Hyperion. Desafortunadamente, seguir el dictado de su juicio temprano lo había llevado a dejar esas segunda, tercera y cuarta partes en casa. 
La moraleja que pudo extraer de todo esto fue: el primer amor nunca se abandona.

El autor

En su casa de verano,
Dan Simmons contempla el horizonte.
Brotan de sus dedos largas letras
Que en los ojos ávidos de sus lectores
Se convierten en naves espaciales
Mundos improbables, mentes prodigiosas
Civilizaciones maravillosas
Historias descomunales.

Dan Simmons, escritor inquieto,
coquetea con la intriga, el horror, la fantasía, 
Más el público le aplaude sobre todo
Su futurismo audaz.
Veintisiete novelas le preceden.
Ene veces más relatos cortos.
Veintisiete estatuillas doradas
guarda en la sala de su casa:
Un premio Hugo entre ellas,
Y once Locus.

 La forma

Nada nuevo hay bajo el sol, pensó el lector. Cierto, replicó el escritor; pero aunque cada día el sol ilumina la misma Tierra, su contenido cambia por la noche. Siglos de edad tiene la narración colectiva de una misma historia, pensó el crítico literario. Yo escribí Cuentos de Canterbury, externó Chaucer. Y yo El Decamerón, terció Bocaccio. Lo que antes no existía era la ciencia ficción, meditó el autor. ¿Por qué no unirlos?, sugirió la musa. Siete historias personales, cada una con un género específico, que en conjunto relaten la historia de tu universo, recomendó el papel en blanco. Gracias por la idea, contestó el escritor.
Gracias a ti, sentenció el lector. (Y si nadie lo ha hecho para una reseña, ¿por qué no hacerlo yo?, aventuró el reseñador.)

El fondo

La humanidad se ha extendido por la Galaxia. Gracias al viaje interestelar y el teletransporte, ha llegado a confines tan lejanos como el planeta Hyperion. Lo que ahí encontró el ser humano, no obstante, fue un horror indecible llamado El Alcaudón. La Hegemonía no sabe si debe encargarse de él, atender el inminente ataque de los éxteres o desentrañar las maquinaciones del Núcleo de inteligencia artificial en el centro de la Galaxia. Mientras esto sucede, siete peregrinos (un poeta, un cura jesuita, un filósofo, un soldado, una detective privada, un cónsul y un templario y capitán de una nave interestelar) emprenden un viaje para conocer al Alcaudón, con la esperanza de que este encuentro pueda cambiar sus destinos.
¿Qué aventuras nos contarán?



Hyperion, de Dan Simmons. Original de 1989, edición en español de 1995. Carlos Gardini, traductor. B.S.A. Editores. España.

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