Cerca del final de la clase, tratando el tema de la adaptación, leímos el artículo de Olson y Arroyo Santos sobre la radiación adaptativa. A mí me pareció curioso que se le presentara como sólo una interesante discusión, cuando es un artículo que aclara muchos puntos de este concepto a través de la crítica. Opiniones parecidas aparecieron desde el principio de las clases. Cuando comenzaba alguna discusión sobre el significado preciso de algún concepto o sobre las implicaciones de adoptar cierta definición, la plática se zanjaba con frases como "sí, pero eso es filosofía". Como si la filosofía fuera un divertimento de mesa de café que sólo se practicara en los tiempos de ocio. Esta visión me tomó por sorpresa, pues la evolución es uno de los fenómenos biológicos que más espacio tienen para discusiones filosóficas. No sé si la aversión a esas discusiones fue un caso aislado en esta clase o si está extendida en los biólogos evolutivos más empíricos. En todo caso, dicha sorpresa me llevó a escribir este ensayo.
Los conceptos en la ciencia y por qué la ciencia de los conceptos no es tan metiche como parece
Inspirado por la lectura de: Thinking in continua: beyond the “adaptive radiation” metaphor de M. E. Olson y A. Arroyo‐Santos.
Si bien las ciencias avanzan obteniendo
información de la realidad e interpretándola de manera rigurosa y formal, lo
cierto es que detrás de ese trabajo investigativo existe un sólido marco de
presuposiciones conceptuales. Desde este marco conceptual, las
interpretaciones de los datos toman un camino u otro. De hecho, las diferencias
en esos trasfondos teóricos son responsables de debates científicos muy álgidos,
a pesar de que la evidencia discutida sea la misma. De modo que podemos decir que las ciencias
trabajan tanto con información de la realidad como con conceptos emanados y responsables de sus interpretaciones.
Muchos de los conceptos científicos
provienen de disciplinas estrictamente científicas. Esto es de esperarse, pues
hay muchos rubros de la realidad que hay que definir y nombrar y las ciencias
son quienes suele tener el primer acceso a ellos. Ciertamente, antes de la ciencia sabíamos
de la lluvia, del fuego o de la vida, pero en estos tiempos en que sabemos del bosón de Higgs, el desequilibrio de ligamiento,
los nanotubos de carbono, los supersólidos o las desacetilasas de histona, ¿cómo los nombramos sino es con palabras domingueras? Además, tal vez sepamos que existe algo que se llama bosón de Higgs, pero de ahí a saber el significado de esa palabra, o peor aún, cuál es su concepto, hay un buen trecho. Por otro lado, también es cierto que las
ciencias han adoptado palabras de origen vernáculo para nombrar cosas que van
descubriendo. Sin embargo, esto puede tener sus propias consecuencias negativas. Conforme las ciencias se adentran
en algún tema, los conceptos que lo acompañan comienzan a diversificarse y
especializarse. Muchos de ellos se alejan de su idea original. Si el origen de esos conceptos era
el del habla coloquial, se pueden llegar a dar confusiones cuando el conocimiento
regresa a la sociedad. Sin embargo, cuando los conceptos ya de por sí eran
creados por las ciencias, las consecuencias podrían parecer nimias.
A la mayoría de los usuarios de los conceptos científicos, es decir, a los científicos, estos problemas no parecen interesarles mucho. Van al paso de la evolución de los conceptos y los términos porque ellos mismos la provocan y mientras estén seguros de lo que ellos quieren decir y de lo que sus colaboradores más cercanos quieran decir cuando usan una palabra, pueden dormir tranquilos. Sin embargo, ¿puede haber otro camino para el destino de las palabras y los conceptos científicos?
A la mayoría de los usuarios de los conceptos científicos, es decir, a los científicos, estos problemas no parecen interesarles mucho. Van al paso de la evolución de los conceptos y los términos porque ellos mismos la provocan y mientras estén seguros de lo que ellos quieren decir y de lo que sus colaboradores más cercanos quieran decir cuando usan una palabra, pueden dormir tranquilos. Sin embargo, ¿puede haber otro camino para el destino de las palabras y los conceptos científicos?
Un caso interesante de evolución de los términos científicos la ofrecen Olson y Arroyo Santos en su crítica a la metáfora de la radiación adaptativa (2009). Para ellos, “radiación adaptativa” es una metáfora que terminará por desaparecer de la jerga científica, pues dejará de ser útil. En la medida en que no se ancle a un fenómeno real, estará destinada a desaparecer. Olson y Arroyo ofrecen como contrajemplo el caso de “gen”, que a pesar de haber nacido como una abstracción en todo el sentido de la palabra, encontró su materialización en los ácidos nucleicos algunos años después. Ahora, el problema no es si los genes existen, sino qué significa exactamente que algo sea un gen. Olson y Arroyo Santos encuentran un problema similar en “radiación adaptativa”, pero que es de consecuencias incluso más graves. ¿Qué significa que algo sea una radiación adaptativa? Los autores discuten paso a paso. Una radiación puede ser una diversificación en gran magnitud de un taxón. Pero ¿cuántas especies debe incluir esa diversificación? Se dice que para que se considere que un taxón haya radiado, se necesita que tenga considerablemente más especies que su taxón hermano. La clave es definir cuándo algo es considerablemente diverso y cuando es sólo ligeramente más diverso. ¿Tres especies en un taxón y una en el hermano? ¿Dos especies en uno y cinco en el hermano? ¿Doscientas especies en uno y dos en el otro? Olson y Arroyo Santos ilustran este problema mostrando la libertad que otros autores se han tomado para usar el término: algunos proponen que la vida entera es una radiación adaptativa. Y si eso es cierto, ¿cuántas especies tiene el taxón hermano de la vida entera? El segundo problema de “radiación adaptativa” parecería ser el carácter adaptativo de esa radiación. Según estos autores, pocos investigadores ofrecen explicaciones adaptativas para la diversificación. Es curioso que el término haya mantenido el apellido cuando pocas veces se acuerda uno que está ahí.
Lo que Olson y Arroyo Santos plantean, después de todo, es si esta metáfora seguirá siendo útil, dado que cada vez es más fácil estudiar la continuidad en los procesos evolutivos sin tener que recurrir a dicotomías del estilo “diverso-no diverso”. Precisamente en ese punto los autores sitúan su principal ataque. Para ellos, un término comienza a ser problemático cuando le otorga existencia a categorías discretas en un mundo que es a todas luces continuo.De hecho, se ha identificado que muchos conceptos biológicos adolecen de esta visión y fallan al considerar algún fenómeno como continuo. El caso más ilustrativo es el de “especie” (Levy, 2009). Si las especies no fueran un continuo, no habría evolución. Sin embargo, definir a las especies como categorías claramente delimitadas es una obsesión para muchos biólogos. Por supuesto, cabe preguntarse si esa categorización de la realidad no es sólo un método práctico de acercarse a la realidad. Es decir, hasta el momento, parece que nos ha ido bien otorgando a cada cosa su cajón propio. Tenemos la aeronáutica espacial y la biología de la conservación. Pero no deja de surgir la pregunta, ¿cómo podrían beneficiarse las ciencias de una visión no categorizadora de la realidad, una en la que no haya objetos discretos ni correlaciones directas? Cabe preguntarse esto; sin embargo, no son los usuarios de esas categorías quienes se lo preguntan. La mayoría de las veces, los científicos se complacen en usar su ciencia como está. Pero entonces, llegan los filósofos y hacen estas preguntas y acaban por publicar artículos ininteligibles sobre conceptos que los científicos ya tenían bien definidos y delimitados en su mente. Es razonable que algunos científicos se pregunten quién los invitó a la fiesta.
Los filósofos podrían responder que en un principio era su fiesta y que no han llegado a entender cómo fue que esa fiesta de togas, libros y paseos por los jardines se convirtió en esta bacanal de batas blancas, informes anuales y guantes de látex. Sin embargo, en lugar de reclamar autoría de la fiesta, generosamente se han dedicado a estudiarla. Por más colados que los filósofos puedan parecer, lo cierto es que desde la filosofía de la ciencia, que involucra el saber cómo sabemos, se han desarrollado escenarios en los que un avance científico también implica un desarrollo de conceptos. Esto suena a algo que les importa a los científicos, o que al menos debería importarles.
Estas eran las buenas fiestas. Sólo miren al hombre tirado en las escaleras. Está borracho, pero borracho de conocimiento e introspección. |
Por supuesto, si afirmáramos que la ciencia
también avanza precisando conceptos, antes que generando datos, más de un
comité de becas alzaría la ceja y rechazaría firmar el convenio. Sin embargo,
un estudio cuidadoso de la historia de la ciencia puede demostrar que esto es
verdad. En un ejercicio casual tratemos de homologar la selección natural de
Darwin con la de Fischer y veremos que es algo más difícil de lo que creemos. En otras palabras, la ciencia también avanza precisando conceptos, redefiniendo términos o
acuñando nuevas palabras.
El trabajo de identificar qué conceptos necesitan redefinición o nuevas precisiones es rara vez llevado a cabo por los científicos. Normalmente, el cambio es natural y de un informe para el SNI al otro ya pueden estar hablando de dos cosas distintas con la misma palabra. Es aquí donde los metiches filósofos pueden contribuir. Entre otras cosas, pueden aportar en la definición, desarrollo, distinción y construcción de conceptos necesarios para el avance de la ciencia. Después de todo, la ciencia nació como una rama de la filosofía, y conserva sus estructuras argumentativas lógicas. Por supuesto, ese trabajo sobre el mismo objeto tiene que surgir de una verdadera comunicación entre filosofía y ciencia, pues de otro modo caeríamos en el diálogo de sordos que ha prevalecido hasta ahora. El filósofo de la ciencia Samir Okasha lo plantea excelentemente: “Creo que la filosofía puede hacer una contribución invaluable a los debates científicos, siempre y cuando esté adecuadamente informada.” (2006:2)
De tal forma, combinaciones improbables de filósofos y científicos (como la de Olson y Arroyo Santos), en vez de ser consideradas parias en sus respectivos campos, pueden traer un respiro de aire fresco a los debates evolucionistas, o a cualquier otro debate científico para el caso.
El trabajo de identificar qué conceptos necesitan redefinición o nuevas precisiones es rara vez llevado a cabo por los científicos. Normalmente, el cambio es natural y de un informe para el SNI al otro ya pueden estar hablando de dos cosas distintas con la misma palabra. Es aquí donde los metiches filósofos pueden contribuir. Entre otras cosas, pueden aportar en la definición, desarrollo, distinción y construcción de conceptos necesarios para el avance de la ciencia. Después de todo, la ciencia nació como una rama de la filosofía, y conserva sus estructuras argumentativas lógicas. Por supuesto, ese trabajo sobre el mismo objeto tiene que surgir de una verdadera comunicación entre filosofía y ciencia, pues de otro modo caeríamos en el diálogo de sordos que ha prevalecido hasta ahora. El filósofo de la ciencia Samir Okasha lo plantea excelentemente: “Creo que la filosofía puede hacer una contribución invaluable a los debates científicos, siempre y cuando esté adecuadamente informada.” (2006:2)
De tal forma, combinaciones improbables de filósofos y científicos (como la de Olson y Arroyo Santos), en vez de ser consideradas parias en sus respectivos campos, pueden traer un respiro de aire fresco a los debates evolucionistas, o a cualquier otro debate científico para el caso.
Olson, M. y A.
Arroyo-Santos. 2009. “Thinking
in continua; beyond the ‘adaptive radiation’ metaphor.” Bioessays, 9999: 1-10.
Levy, A. 2010. “Pattern, process and
the evolution of meaning: species and units of selection.” Theory Biosci. 129: 159-166.
Okasha, S. 2006. Evolution and the Levels of Selection.
Oxford University Press.