viernes, mayo 24, 2013

Los conceptos en la ciencia y por qué la ciencia de los conceptos no es tan metiche como parece: colección de ensayos sobre evolución (V)


Cerca del final de la clase, tratando el tema de la adaptación, leímos el artículo de Olson y Arroyo Santos sobre la radiación adaptativa. A mí me pareció curioso que se le presentara como sólo una interesante discusión, cuando es un artículo que aclara muchos puntos de este concepto a través de la crítica. Opiniones parecidas aparecieron desde el principio de las clases. Cuando comenzaba alguna discusión sobre el significado preciso de algún concepto o sobre las implicaciones de adoptar cierta definición, la plática se zanjaba con frases como "sí, pero eso es filosofía". Como si la filosofía fuera un divertimento de mesa de café que sólo se practicara en los tiempos de ocio. Esta visión me tomó por sorpresa, pues la evolución es uno de los fenómenos biológicos que más espacio tienen para discusiones filosóficas. No sé si la aversión a esas discusiones fue un caso aislado en esta clase o si está extendida en los biólogos evolutivos más empíricos. En todo caso, dicha sorpresa me llevó a escribir este ensayo.

Los conceptos en la ciencia y por qué la ciencia de los conceptos no es tan metiche como parece


Inspirado por la lectura de: Thinking in continua: beyond the “adaptive radiation” metaphor de M. E. Olson y A. Arroyo‐Santos.
 
Para el Dr. Luis Eguiarte

Si bien las ciencias avanzan obteniendo información de la realidad e interpretándola de manera rigurosa y formal, lo cierto es que detrás de ese trabajo investigativo existe un sólido marco de presuposiciones conceptuales. Desde este marco conceptual, las interpretaciones de los datos toman un camino u otro. De hecho, las diferencias en esos trasfondos teóricos son responsables de debates científicos muy álgidos, a pesar de que la evidencia discutida sea la misma. De modo que podemos decir que las ciencias trabajan tanto con información de la realidad como con conceptos emanados  y responsables de sus interpretaciones.

El nombre del bosón de Higgs no
nos dice mucho sobre su naturaleza,
representada aquí como de trato difícil.
Habrá que proponer un nuevo nombre
como "burlón de Higgs", "abusón
de Higgs" o "Sheldon". (Esta imagen
delatadora la hizo Jorge Cham, de PHD comics
.)
 Muchos de los conceptos científicos provienen de disciplinas estrictamente científicas. Esto es de esperarse, pues hay muchos rubros de la realidad que hay que definir y nombrar y las ciencias son quienes suele tener el primer acceso a ellos. Ciertamente, antes de la ciencia sabíamos de la lluvia, del fuego o de la vida, pero en estos tiempos en que sabemos del bosón de Higgs, el desequilibrio de ligamiento, los nanotubos de carbono, los supersólidos o las desacetilasas de histona, ¿cómo los nombramos sino es con palabras domingueras? Además, tal vez sepamos que existe algo que se llama bosón de Higgs, pero de ahí a saber el significado de esa palabra, o peor aún, cuál es su concepto, hay un buen trecho. Por otro lado, también es cierto que las ciencias han adoptado palabras de origen vernáculo para nombrar cosas que van descubriendo. Sin embargo, esto puede tener sus propias consecuencias negativas. Conforme las ciencias se adentran en algún tema, los conceptos que lo acompañan comienzan a diversificarse y especializarse. Muchos de ellos se alejan de su idea original. Si el origen de esos conceptos era el del habla coloquial, se pueden llegar a dar confusiones cuando el conocimiento regresa a la sociedad. Sin embargo, cuando los conceptos ya de por sí eran creados por las ciencias, las consecuencias podrían parecer nimias.

A la mayoría de los usuarios de los conceptos científicos, es decir, a los científicos, estos problemas no parecen interesarles mucho. Van al paso de la evolución de los conceptos y los términos porque ellos mismos la provocan y mientras estén seguros de lo que ellos quieren decir y de lo que sus colaboradores más cercanos quieran decir cuando usan una palabra, pueden dormir tranquilos. Sin embargo, ¿puede haber otro camino para el destino de las palabras y los conceptos científicos?

Un caso interesante de evolución de los términos científicos la ofrecen Olson y Arroyo Santos en su crítica a la metáfora de la radiación adaptativa (2009). Para ellos, “radiación adaptativa” es una metáfora que terminará por desaparecer de la jerga científica, pues dejará de ser útil. En la medida en que no se ancle a un fenómeno real, estará destinada a desaparecer. Olson y Arroyo ofrecen como contrajemplo el caso de “gen”, que a pesar de haber nacido como una abstracción en todo el sentido de la palabra, encontró su materialización en los ácidos nucleicos algunos años después. Ahora, el problema no es si los genes existen, sino qué significa exactamente que algo sea un gen. Olson y Arroyo Santos encuentran un problema similar en “radiación adaptativa”, pero que es de consecuencias incluso más graves. ¿Qué significa que algo sea una radiación adaptativa? Los autores discuten paso a paso. Una radiación puede ser una diversificación en gran magnitud de un taxón. Pero ¿cuántas especies debe incluir esa diversificación? Se dice que para que se considere que un taxón haya radiado, se necesita que tenga considerablemente más especies que su taxón hermano. La clave es definir cuándo algo es considerablemente diverso y cuando es sólo ligeramente más diverso. ¿Tres especies en un taxón y una en el hermano? ¿Dos especies en uno y cinco en el hermano? ¿Doscientas especies en uno y dos en el otro? Olson y Arroyo Santos ilustran este problema mostrando la libertad que otros autores se han tomado para usar el término: algunos proponen que la vida entera es una radiación adaptativa. Y si eso es cierto, ¿cuántas especies tiene el taxón hermano de la vida entera? El segundo problema de “radiación adaptativa” parecería ser el carácter adaptativo de esa radiación. Según estos autores, pocos investigadores ofrecen explicaciones adaptativas para la diversificación. Es curioso que el término haya mantenido el apellido cuando pocas veces se acuerda uno que está ahí. 
 
Olson y Arroyo-Santos ven muchas continuidades en el mundo. Sin embargo, esta visión no es útil cuando queremos saber exactamente dónde empieza lo hondo en la alberca, o en qué momento deja de sentirse lo duro y empieza a sentirse lo tupido. (Imagen recortada con tijeras Barrilito del artículo de Olson y Arroyo-Santos)

Lo que Olson y Arroyo Santos plantean, después de todo, es si esta metáfora seguirá siendo útil, dado que cada vez es más fácil estudiar la continuidad en los procesos evolutivos sin tener que recurrir a dicotomías del estilo “diverso-no diverso”. Precisamente en ese punto los autores sitúan su principal ataque. Para ellos, un término comienza a ser problemático cuando le otorga existencia a categorías discretas en un mundo que es a todas luces continuo.De hecho, se ha identificado que muchos conceptos biológicos adolecen de esta visión y fallan al considerar algún fenómeno como continuo. El caso más ilustrativo es el de “especie” (Levy, 2009). Si las especies no fueran un continuo, no habría evolución. Sin embargo, definir a las especies como categorías claramente delimitadas es una obsesión para muchos biólogos. Por supuesto, cabe preguntarse si esa categorización de la realidad no es sólo un método práctico de acercarse a la realidad. Es decir, hasta el momento, parece que nos ha ido bien otorgando a cada cosa su cajón propio. Tenemos la aeronáutica espacial y la biología de la conservación. Pero no deja de surgir la pregunta, ¿cómo podrían beneficiarse las ciencias de una visión no categorizadora de la realidad, una en la que no haya objetos discretos ni correlaciones directas? Cabe preguntarse esto; sin embargo, no son los usuarios de esas categorías quienes se lo preguntan. La mayoría de las veces, los científicos se complacen en usar su ciencia como está. Pero entonces, llegan los filósofos y hacen estas preguntas y acaban por publicar artículos ininteligibles sobre conceptos que los científicos ya tenían bien definidos y delimitados en su mente. Es razonable que algunos científicos se pregunten quién los invitó a la fiesta.

Los filósofos podrían responder que en un principio era su fiesta y que no han llegado a entender cómo fue que esa fiesta de togas, libros y paseos por los jardines se convirtió en esta bacanal de batas blancas, informes anuales y guantes de látex. Sin embargo, en lugar de reclamar autoría de la fiesta, generosamente se han dedicado a estudiarla. Por más colados que los filósofos puedan parecer, lo cierto es que desde la filosofía de la ciencia, que involucra el saber cómo sabemos, se han desarrollado escenarios en los que un avance científico también implica un desarrollo de conceptos. Esto suena a algo que les importa a los científicos, o que al menos debería importarles.

Estas eran las buenas fiestas. Sólo miren al hombre tirado en las escaleras. Está borracho, pero borracho de conocimiento e introspección.
Por supuesto, si afirmáramos que la ciencia también avanza precisando conceptos, antes que generando datos, más de un comité de becas alzaría la ceja y rechazaría firmar el convenio. Sin embargo, un estudio cuidadoso de la historia de la ciencia puede demostrar que esto es verdad. En un ejercicio casual tratemos de homologar la selección natural de Darwin con la de Fischer y veremos que es algo más difícil de lo que creemos. En otras palabras, la ciencia también avanza precisando conceptos, redefiniendo términos o acuñando nuevas palabras. 

El trabajo de identificar qué conceptos necesitan redefinición o nuevas precisiones es rara vez llevado a cabo por los científicos. Normalmente, el cambio es natural y de un informe para el SNI al otro ya pueden estar hablando de dos cosas distintas con la misma palabra. Es aquí donde los metiches filósofos pueden contribuir. Entre otras cosas, pueden aportar en la definición, desarrollo, distinción y construcción de conceptos necesarios para el avance de la ciencia. Después de todo, la ciencia nació como una rama de la filosofía, y conserva sus estructuras argumentativas lógicas. Por supuesto, ese trabajo sobre el mismo objeto tiene que surgir de una verdadera comunicación entre filosofía y ciencia, pues de otro modo caeríamos en el diálogo de sordos que ha prevalecido hasta ahora. El filósofo de la ciencia Samir Okasha lo plantea excelentemente: “Creo que la filosofía puede hacer una contribución invaluable a los debates científicos, siempre y cuando esté adecuadamente informada.” (2006:2)

De tal forma, combinaciones improbables de filósofos y científicos (como la de Olson y Arroyo Santos), en vez de ser consideradas parias en sus respectivos campos, pueden traer un respiro de aire fresco a los debates evolucionistas, o a cualquier otro debate científico para el caso.


Referencias
Olson, M. y A. Arroyo-Santos. 2009. “Thinking in continua; beyond the ‘adaptive radiation’ metaphor.” Bioessays, 9999: 1-10.
Levy, A. 2010. “Pattern, process and the evolution of meaning: species and units of selection.” Theory Biosci. 129: 159-166.
Okasha, S. 2006. Evolution and the Levels of Selection. Oxford University Press.

sábado, abril 27, 2013

Hyperion, de Dan Simmons

La Ciencia Ficción

Mucha gente piensa que lo mejor de mí son las naves espaciales, los monstruos alienígenas, los viajes en el tiempo, los robots malignos y todo eso que se usa para llenar las salas de cine. Pues bien, déjenme decirles que están equivocados. Es decir, entre mis páginas encuentran eso, pero también algo más. Yo no soy un concurso para ver quién imagina los futuros más alocados. Cuando me escriben con maestría, mi fin último es mostrar lo que el ser humano haría enfrentado a esos futuros. Mi tarea es colocar a la humanidad en circunstancias ajenas e impensables con el único fin de que aprenda más sobre su propia naturaleza.

 El libro

Hyperion a veces se siente confundido. Sabe que tiene el nombre de un dios griego, pero no sabe más pues entre sus páginas no se menciona otro dato. Lo que sí se menciona es que comparte el nombre con otro libro que fue escrito un par de siglos atrás, por un autor completamente diferente al suyo, un tal John Keats. Si acaso esa homonimia es coincidencia, Hyperion sólo alcanza a sospecharlo. Su verdadero autor, un tal Dan Simmons, no vivió hace dos siglos, sino que todavía existe en algún lugar de los Estados Unidos, llenando páginas de ciencia ficción, terror y fantasía. Dentro de Hyperion también existe un John Keats, pero no es ningún poeta romántico del siglo XVIII, sino un híbrido entre un cuerpo humano y una inteligencia artificial. Dentro de la novela Hyperion, John Keats, el híbrido, viaja en algún momento a Hyperion, el planeta, donde se yergue John Keats, la ciudad, bautizada así en honor a John Keats, el poeta, autor de Hyperion, el poema.
Esto sólo logra confundir más al pobre libro.
Tres John Keats y tres Hyperiones forman una urdimbre entre ciencia ficción y homenajes literarios pocas veces vista en un libro de su género. Esto no consuela a Hyperion, pero un libro no está para ser consolado, sino para ser leído, cosa que este tomo permite a la perfección.

El librero

Mi historia como librero es en su mayor parte aburrida. Solía ser un pino, si es que puede decirse de algo que antes fue algo y ahora es otra cosa sin tener que cambiar de esencia y por lo tanto de nombre. Luego, alguien me echó abajo, me hizo tablas y me convirtió en un anaquel. Viví doce años en el archivero de un despacho de abogados. Guardé entre mis maderas insufribles folios, que me adormecían el espíritu más que ninguna niebla. Debido a este estilo de vida burocrático, mi superficie pronto se fue desgastando hasta adquirir el acabado característico de la piel arrugada de un sabio. Cuando deje el despacho me alegré por partida doble. Primero, por abandonar los folios de adormidera, y segundo, porque mi nuevo hogar resultó ser una librería de viejo. 
Me colocaron esquinado en el fondo del local y apretujaron sobre mis tablas títulos varios como Crónicas marcianas, El hombre invisible, Los propios dioses, Duna e Hyperion. Mi vida no ganó demasiadas emociones, pero algo dentro de mí me movía a sentirme soberbio y ufano. Creo que fue ese aire de seguridad lo que atrajo a aquel muchacho anteojudo y de pelo largo que visitó la librería un día de primavera. Vino directamente hasta mí, como si me hubiera estado buscando largos años, y cuando sacó de entre mis entrañas un tomo de pasta dura forrado en azul, la cara se le iluminó como si hubiera hallado oro. Me dejó con un vacío que pronto fue llenado por otros libros, pero el aura de satisfacción que me transmitió me acompaña hasta hoy y es a lo que acudo cuando me da por extrañar tomos perdidos.

El lector

Víctor no sabía qué esperar de Hyperion. Llevaba juntando la saga Los cantos de Hyperion un par de años, comenzando por el último. No quería empezar hasta tener el primero en sus manos y eso es lo que Hyperion era. Pero ahora que lo tenía, lo miraba con azoro. La ciencia ficción fue su primer amor literario. Sin embargo, hace tiempo que no se embarcaba en una novela larga del género y lo cierto era que, con un condenable esnobismo, en su mente la ciencia ficción comenzaba a generar desconfianza estética. Ensayó leer una líneas el mismo día que lo sacó de aquella librería de viejo, pero su atención no pudo fijarse en los párrafos llenos de frases rebuscadas como:
[...] Negros nubarrones cubrían el bosque de gimnospermas gigantes mientras los estratocúmulos se elevaban a nueve kilómetros de altura en un cielo violento. [...] Cerca de la nave, formas reptilianas tropezaban con el campo de interdicción, ululaban y se alejaban entre brumas azules. El cónsul se concentró en una parte espinosa del Preludio e ignoró la proximidad de la tormenta y el anochecer. Sonó el receptor ultralínea. (p. 9)
Víctor dejó que el libro acumulara meses entre las pilas de tomos que tenía por leer. Sin embargo, como en toda historia que nos deja un mensaje, pronto aprendería que emitir un juicio demasiado temprano puede privarnos de goces insospechados. La siguiente vez que abrió las páginas de Hyperion, Víctor se encontraba en el asiento trasero de un coche, en un viaje hacia el norte del país a pasar las vacaciones de Navidad con su familia. En un arranque de auto-desafío, eligió llevar Hyperion consigo, y ahora se encontraba con 8 horas por delante y un libro azul de pasta dura que le devolvía la mirada desde el fondo de su mochila. Decidió darle una segunda oportunidad.
Sorpresa. Lo que encontró en aquellas páginas lo absorbió de tal forma que pasó las calurosas noches en vela y las soporíferas tardes con la nariz metida entre sus páginas. Trató de guardar en la memoria los insospechadamente abundantes fragmentos que le fascinaron, como aquel en la historia del poeta que decía:
Así que en el principio fue la Palabra. Y la Palabra se hizo carne en la trama del universo humano. Sólo el poeta puede expandir este universo, sólo él encontrará atajos hacia nuevas realidades tal como el motor Hawking abre túneles bajo las barreras de la trama del espacio/tiempo einsteiniana. // Comprendí que se poeta, un auténtico poeta, representaba transformarse en el avatar de la humanidad encarnada; aceptar el manto del poeta es llevar la cruz del Hijo del Hombre, sufrir los dolores de parto del Alma Madre de la Humanidad. // Ser un verdader poeta es convertirse en Dios. (p. 186)
O la narración de bitácora del cura antropólogo: 
Día 104: // Cada nueva revelación aumenta mi desconcierto. // La ausencia de niños me ha molestado dede mi primer día en la aldea. AL revisar mis notas, lo encuentro mencionado con frecuencia en las observaciones cotidianas que he dictado a mi comlog, pero no lo he registrado en esta miscelánea personal que denomino diario. Quizá las palpitaciones fueron demasiado siniestras.
O el de la mujer que defendió a toda costa el paraíso natural que era su planeta:
Durante nuestro Primer Encuentro, en el Archipiélago, Siri me llevó a hablar con los delfines. // Nos habíamos levantado para presenciar el alba. Los niveles más altos de la casa arbórea eran un lugar perfecto para ver cómo se iluminaba el pálido cielo. Los ondeantes y altos cirros se volvieron rosados y el mar pareció derretirse cuando el sol flotó sobre el horizonte llano. (pp. 421-422)
A los dos días, Víctor dio vuelta a la última página del libro con la ansiedad propia de quien acaba de agotar su ultima dosis de droga. Trató de consolarse pensando que la historia continuaba a lo largo de tres libros más, los tomos que completaban Los cantos de Hyperion. Desafortunadamente, seguir el dictado de su juicio temprano lo había llevado a dejar esas segunda, tercera y cuarta partes en casa. 
La moraleja que pudo extraer de todo esto fue: el primer amor nunca se abandona.

El autor

En su casa de verano,
Dan Simmons contempla el horizonte.
Brotan de sus dedos largas letras
Que en los ojos ávidos de sus lectores
Se convierten en naves espaciales
Mundos improbables, mentes prodigiosas
Civilizaciones maravillosas
Historias descomunales.

Dan Simmons, escritor inquieto,
coquetea con la intriga, el horror, la fantasía, 
Más el público le aplaude sobre todo
Su futurismo audaz.
Veintisiete novelas le preceden.
Ene veces más relatos cortos.
Veintisiete estatuillas doradas
guarda en la sala de su casa:
Un premio Hugo entre ellas,
Y once Locus.

 La forma

Nada nuevo hay bajo el sol, pensó el lector. Cierto, replicó el escritor; pero aunque cada día el sol ilumina la misma Tierra, su contenido cambia por la noche. Siglos de edad tiene la narración colectiva de una misma historia, pensó el crítico literario. Yo escribí Cuentos de Canterbury, externó Chaucer. Y yo El Decamerón, terció Bocaccio. Lo que antes no existía era la ciencia ficción, meditó el autor. ¿Por qué no unirlos?, sugirió la musa. Siete historias personales, cada una con un género específico, que en conjunto relaten la historia de tu universo, recomendó el papel en blanco. Gracias por la idea, contestó el escritor.
Gracias a ti, sentenció el lector. (Y si nadie lo ha hecho para una reseña, ¿por qué no hacerlo yo?, aventuró el reseñador.)

El fondo

La humanidad se ha extendido por la Galaxia. Gracias al viaje interestelar y el teletransporte, ha llegado a confines tan lejanos como el planeta Hyperion. Lo que ahí encontró el ser humano, no obstante, fue un horror indecible llamado El Alcaudón. La Hegemonía no sabe si debe encargarse de él, atender el inminente ataque de los éxteres o desentrañar las maquinaciones del Núcleo de inteligencia artificial en el centro de la Galaxia. Mientras esto sucede, siete peregrinos (un poeta, un cura jesuita, un filósofo, un soldado, una detective privada, un cónsul y un templario y capitán de una nave interestelar) emprenden un viaje para conocer al Alcaudón, con la esperanza de que este encuentro pueda cambiar sus destinos.
¿Qué aventuras nos contarán?



Hyperion, de Dan Simmons. Original de 1989, edición en español de 1995. Carlos Gardini, traductor. B.S.A. Editores. España.

martes, febrero 19, 2013

10 razones por las que me gusta Horizonte 107.9


La Internet es el lugar donde se despilfarran palabras sobre las cosas más banales. Si me gusta la foto de un gato en una caja, me aseguro de que todos se den cuenta. En esta vorágine de repentinas y dudosas aficiones, me pareció natural compartir mi gusto real y todo lo contrario a banal por esta estación mexicana de radio, un gusto que excede una y mil veces el botón de "me gusta" de Facebook. Llevo escuchándola los trece años que está cumpliendo de existencia, los cuales suman más o menos la mitad de mi vida, así que puedo asegurar que mi gusto no es un capricho pasajero: esto va en serio.

 

1. Porque es radio, y es radio pública.

En ese punto medio entre el reino de la imaginación y el reino de lo real, está la radio. Entre la completa abstracción de las palabras escritas y la completa concreción de las imágenes, la palabra hablada y los sonidos habitan en un mundo posibilidades concretas que se han echado a volar. Me encanta la radio porque no me pide nada y a cambio me alborota la cabeza. Me encanta la radio pública porque odio la idea de que un instrumento tan poderoso para trastocar la mente humana tenga como principal fin la propagación del consumismo y la ambición por el dinero.

Sobre todo, me encanta la radio porque está viva.

¡Ah! Y por la música. 

2. Porque es jazz. 

Rhapsody in blue, versión Fantasía 2000, fue la primera pieza de jazz que recuerdo haber escuchado atentamente. Por mucho tiempo, no fui capaz de describir la forma en que me sedujo. Luego vinieron Take Five, Fly Me To The Moon, In A Sentimental Mood, All Of Me... y otras tantas que ahora se difuminan en un gradiente recurrente que llega hasta hoy. Me encanta el jazz porque es libertad y no libertinaje, porque cada vez que existe es diferente e irrepetible, porque es un juego muy en serio y porque es imposible construirlo sin lazos de entendimiento humano.

El jazz no debería ser el accesorio de cierta clase social, debería ser un derecho humano. En Horizonte lo entienden muy bien y tratan de divulgar el jazz de tú a tú, sin pretensiones, entre amigos.

3. Porque es jazz del bueno.

Un día me topé con una lista, una entre tantas, de los mejores 100 discos de jazz. Después de buscar y escuchar los primeros veinte, me di cuenta de que la mayoría de las piezas ya las había escuchado en algún lado... Estoy seguro de que se repetiría la coincidencia con cualquier lista de lo mejor del jazz que encontrara.


4. Porque promueve la cultura del jazz.

En marzo de 2004, yo tenía dieciséis años y fui con mi padre a escuchar mi primer concierto de jazz: Wynton Marsalis y la Lincoln Center Jazz Orchestra en el Auditorio Nacional. Salí extasiado y quería encontrar al culpable. Sólo recordaba que me había enterado en Horizonte. Durante estos años he asistido a menos conciertos organizados por esta estación de los que he querido, pero no he dejado de observar que cada año crecen en número y calidad. De hecho, tengo la impresión pero no la certeza, como quien tiene la impresión pero no la certeza de que las cosas han ido mejorando con el tiempo, de que Horizonte ha sido el catalizador para que el jazz en el DF se haya propagado y desarrollado a sus niveles actuales, que son cada vez más magníficos. En Octubre... Jazz fue por un tiempo un oasis en el desierto del jazz en la ciudad, pero ahora hay más agua que arena: con los conciertos de aniversario, los conciertos de verano y los que la estación promueve aunque no organice, más los que se acumulen en la semana, es nuestra y sólo nuestra la culpa si no cumplimos con la ración recomendada de jazz en nuestra dieta diaria.

5. Porque no sólo es jazz.

La música es tan diversa como los grupos humanos. Se podrían llenar cientos de estaciones sólo con jazz, así como se podrían llenar estaciones con cualquier otro género, y serían estaciones ricas e inagotables (excepto tal vez con pop de Mtv). De una manera que no logro descifrar aún, Horizonte logra incluir de manera equilibrada algo más que jazz en su programación y no me hace echarlo en falta. Bossa nova en Bossa Beats, blues en Por los senderos del blues, soul y funk en Soul Sessions, salsa en Salsajazzeando, latin jazz en Picadillo Jam... Y cuando creí que no cabía otra, llegó la balkan en Caravana. Migrante nos lleva una semana a los recovecos más jugosos de la cumbia colombiana, y la otra a los poderosos cantos de Malí, mientras que Top France México nos lleva una semana a Francia... y la otra también. Bueno.

Y dentro ese conjunto de todo lo que no es jazz, sólo he mencionado la música. Si les platicara de los programas y cápsulas de literatura, ciencia, desarrollo laboral, cine, cultura, espacios para niños, noticias e historia, me quedaría sin razones para llamarla una estación de jazz. Pero, con todo, lo sigue siendo.
 

6. Por su ingenio y creatividad.

No sé cómo hagan radio en otros países, pero sé que serían afortunados de tener estaciones como Horizonte. Como si fuera una pieza de jazz en sí misma, esta estación está en constante movimiento sobre las vías de la creatividad y el ingenio. Creía que ya no me quedaba más afición por repartir entre sus contenidos, pero cada vez que liberan una idea para un programa, bloque, cápsula o campaña publicitaria comienzo a sospechar que no hay un número finito de cosas que puedan gustarme. Para lo que vendrá después, sólo espero tener el tiempo para saborearlo lentamente, como se debe.

7. Porque nos trata como personas inteligentes.

Existe un riesgo inherente al hecho de subirse a una tarima y hablar frente a un público: el de la condescendencia. Sin embargo, en Horizonte nunca nos han mirado (o más bien, hablado) hacia abajo. Además de tratarnos como amigos, tal como dije arriba, nos tratan como a amigos inteligentes. Se agradece tanto que por momentos me lo creo a pie juntillas y empiezo a exigir más y más. Mientras tanto, ellos no sólo se dan el lujo de nunca bajar la calidad de su producción y programación, sino que se atreven a mostrarnos auténticos experimentos radiofónicos, con la certeza de que los juzgaremos con la justa medida.

8. Por sus experimentos radiofónicos.

Cocinaba un día unos huevos con jamón mientras oía A la luz de los libros. Tocó el turno de Cortázar y leyeron un fragmento de Rayuela. Percibí unas notas de jazz como fondo musical, y pensé en lo maravilloso que sería un programa completo de Rayuela leída en voz alta combinada con el tacto musical de Horizonte. No sé si esos huevos con jamón me dieron poderes telepáticos y le hicieron llegar mi deseo al capitán Montenegro, pero a las pocas semanas ya anunciaba las cápsulas de cinco minutos de Rayuela. Durante una docena de días (siempre tan pocos), yo dejaba de hacer lo que estuviera haciendo a las once de la mañana y me relamía con la tersa narración y el perfecto acompañamiento musical de esos inolvidables cinco minutos (siempre tan pocos). 

Con la misma calidad de Cinco minutos de Rayuela, en Horizonte he escuchado los programas más imaginativos que recuerde. Por mencionar un par: Club Caballeros era una delicia para la imaginación. Últimamente, la indescriptible experiencia que es Hipnótika, en especial su segunda y su tercera temporada, me ha hecho repensar las posibilidades de la radio.

9. Por sus personas.

En Horizonte trabajan seres humanos. Esto por sí solo no sería extraordinario, si no fuera por la extraordinaria calidez, camaradería y respeto mutuo que todos ellos transmiten. Escucho que Erik reta a Hugo a un "amistoso" duelo musical de fin de año, como si se tratara de dos hermanos que juegan videojuegos. Leo que Mariana le deja mensajitos a Erik en Twitter: ella es fan de él y él de ella. Todos saben, incluido yo, las palabras para exorcizar un cuerpo chambeador tal como ha enseñado Dagmar. Alejandra visita la cabina de Hugo, Dagmar la de Mariana, Erik la de todos. Son profesionales y expertos en lo que hacen, pero no sólo son compañeros de trabajo: también son camaradas.

(Y hablando de calidad en su trabajo, no sé como hace Alejandra García para sonar el triple de sexy en la madrugada, pero lo logra.)


10. Porque esas personas me han adoptado.

Una noche, manejando de regreso a casa, me invadió un aire nostálgico y le pedí una canción al (querido, muy querido) Cónsul para que la agregara a su valija diplomática. Era tarde, me respondió el Cónsul, incluso para sus estándares, y el tiempo no daba para programar ninguna versión completa de On The Street Where You Live. Pero en lugar de no tocar mi canción y dejarme desilusionado y doblemente nostálgico, el Cónsul sacó uno de sus ases bajo la manga, inesperado y conmovedor a la vez: con voz cocodrilera y ronroneadora comenzó a cantar:


I have often walked
down this street before;
But the pavement always stayed beneath my feet before...

El Cónsul no tenía ninguna obligación: yo era un radioescucha más. Pero de todos modos lo hizo, simplemente porque se lo pedí y porque yo era precisamente eso: un radioescucha. Llegué a esta conclusión sólo después de comprender que en Horizonte adoptan a los radioescuchas con el simple hecho de que encendamos la radio.

No conozco a ningún horizontista en persona, pero me gusta pensar que esta relación que llevamos de voces-oídos no la tienen con nadie más y no pudiera existir de otra forma.




Estas sólo son diez de las incontables razones por las que me encanta Horizonte, estación que me ha llevado a tantos lugares y me ha mostrado tanto mundo (todo sin usar los ojos). Me gustaría darle diez veces este número de agradecimientos. Además de estas líneas, no puedo pensar en muchas otras formas de agradecerle que seguir siendo un radioescucha atento y entregado, pero crítico y participativo. 

Felicidades a todos los que han contribuido a la construcción de esta estación, que es para sentirse orgullosísimos. Yo me siento orgulloso y lo único que he hecho es escuchar.

¡Felicidades, Horizonte! 

 Un solo de jazz que ha durado 13 años: que cumpla miles de años más. 





Blog de Evolución de la UNAM