¿A dónde nos estábamos mudando?
Esa idea dio vueltas en mi cabeza un rato. Luego, el que empezó a dar vueltas fui yo. Todo estaba pasando demasiado rápido. En unos pocos días, el orden que tan meticulosamente habían construido mis padres a lo largo de 10 años estaba reajustándose increíblemente rápido. Yo no lo creía. Y lo que es más, fue de esos eventos que pasan tan súbita y fugazmente que cuando terminan te dejan con la duda de si en realidad sucedieron. Bueno, yo sé que la mudanza sí sucedió. Hoy estoy durmiendo en un lugar diferente al que dormía hace dos semanas. Y sin embargo, bien podría haber dormido aquí toda mi vida. Me explico:
Hace algunos años ya, mis padres se dieron cuenta de que necesitábamos un lugar más grande para habitar. Esto les fue llegando poco a poco. Una bicicleta fija que prestaba sus servicios alternos como perchero y como estorbo para abrir la puerta de su clóset; una mesa de centro de sala que tuvo que ser desahuciada al cuarto de servicio por considerarle demasiado grande para una casa tan pequeña (un día le dijo al piano vertical "en este pueblo no cabemos los dos" y tuvo razón; fue envuelta en plástico negro y almacenada donde ya no pudiera retar a más muebles); un par de libreros que contenían apenas la tercera parte de la colección de libros de la casa, volúmenes que se peleaban entre sí para obtener acceso al frente del librero con la esperanza de algún día ser leídos y no regresar a las filas traseras pegadas a la pared donde el olvido podría ser su peor verdugo; el muro de papel entre el cuarto de mi hermana y el mío, que con la debida posición del bajo actuaba como caja de resonancia cuyas ondas sonoras se transmitían a una frecuencia tan baja que afectaba el vuelo de las palomas tlatelolcas; la zotehuela tan atiborrada de chunches innombrables (había utensilios, líquidos, ropa y crecimientos de materia orgánica tan desconocidos para mí que nunca alcancé a clasificarlos) donde había un poco de espacio disponible sólo porque la puerta abría hacia adentro... En fin, todo eso comenzó a decirle a mis padres que comenzábamos a necesitar un espacio más grande. El problema fue entonces encontrar alguna opción que no hubiese sido magullada por la crisis hipotecaria, madre de todas las crisis.
La solución cuasiperfecta vino de allá arriba.
No tan arriba.
Del piso de arriba, pues.
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