Cuando veo llover, me invade la melancolía. Pero cuando veo lo rápido que pasan las vacaciones, me invade una sensación de desesperación tan intensa que no puedo evitar entregarme a un frenesí de, quién lo hubiera dicho, inactividad.
Con tantas cosas por hacer, tantos libros por leer, tantas películas por ver, tantos dibujos por trazar, tantos melodías por tocar, tantas fotos por tomar, y heme aquí, al inicio de la segunda semana del año, no haciendo otra cosa más que borrarme la raya frente a la computadora.
Pero bien, ¿por qué pasa esto? Me gustaría saberlo.
En Xico, el tiempo es discontinuo. Estuve allá una semana y sólo logro recordar dos acontecimientos: una boda y la nochebuena. Sin embargo, estoy convencido de que pasaron más cosas. Pero, repito, el transcurrir del tiempo fluye a saltos, como en un dvd rayado. O como en los recuerdos. Quizá sea por eso que rememoro así mi viaje a Xico: porque está en mis recuerdos. Como sea, empiezo a pensar que el tiempo en las vacaciones se comporta de la misma manera, esté uno en la ciudad o en el campo o en un bote de remos. Uno no lo ve venir. De repente, me encuentro haciendo planes para un día ¡en el cual ya estoy! O prometiéndome que no pasará de la primera semana sin que arregle mi cuarto, y vaya, estoy sufriendo para mover el mouse por que hay una colección de conchas de mar en mi escritorio. Pero como sea, cuando uno comienza a prometerse cosas, es que se siente culpable consigo mismo, y yo no me siento culpable, lo soy; así que dejaré de prometerme y comenzaré a activarme para así verter aquí mis aventuras resultantes. Por ahora me retiro, pues la luz azul del Wii me está llamando.
¡Salud!
P.D. Quizá las nimiedades tan poco importantes en la vida, como los videojuegos, son la verdadera razón de las deformaciones espacio-temporales. Quizá, pero creo que nunca lo sabremos.
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