Y la boca se abre.
Y de la insondable oscuridad apenas rota por el pequeño péndulo rojo surgen cientos y cientos de portentosos gusanos. Cada uno se aferra a los pedazos de carne que el anterior desprendió, hasta que convierten el interior de la boca en un amasijo sanguinolento que se escurre de las mandíbulas de su propietario. A continuación, es el rostro completo lo que se amorfa. Los ojos se salen de sus cuencas, fluyendo como un estornudo virulento. Los cabellos se secan, se hacen grises y comienzan a desprenderse en una cascada de plata y lodo que se lleva consigo los últimos vestigios de piel que aún permanecían adheridos.
Esa blanquísima calaca voltea a mirarte. Bien podrías ahogarte en el oscuro mar de sus órbitas. Separa la mandíbula y te dice:
-Tengo sueño.
Después, introduce su mano en tu boca y te provoca un bostezo. Estás frente a un espejo.
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