-No llego hasta la terminal. Llego hasta X.
-¿Hasta X?
-Ajá. ¿Sube?
-Pero el que va hasta la terminal, ¿sí va a pasar?
-Uuh, no creo. ¿Sube?
¿Me está dejando alguna opción?
-Sí, sí. Aquí tiene. Gracias.
Las luces del fondo parpadean.
Hay tres o cuatro incautos más. Al primer enfrenón, la cubierta debajo de la última fila de asientos se viene abajo con estrépito. Nadie se acomide a recogerla. Ni el conductor siquiera. Mucho menos el conductor.
Dos calles antes de X, la variedad de la noche:
-Sólo llego hasta X.
-Que sólo llega hasta X, güey.
-¿Hasta X?
-Ajá.
-Puta madre, nel, ¿tons pa' qué nos subimos?
-Nel, sí súbete.
-Pero ya es aquí adelantito.
-¡Órale, ya súbanse que hace frío afuera!
-Órale chof, déjenos subir de a grapa, ¿no?
-Sí, ya es aquí adelantito.
-Ándele, rífese.
¿Quién puede negarle nada a semejante concurrencia?
-Vientos. Usted si rifa.
-Órale, culeros, el que no alcance lugar es puto.
-Buenas, compita. ¿Tú tiraste esta madre?
-Déjalo, güey. ¿No ves que es escritor?
-Chale, ya uno ni puede hacer amigos. Qué pedo.
Nadie me había dicho que las dos calles más largas de la ciudad están justo antes de X.
Al poner pie en tierra, me doy cuenta de que no tengo planes a futuro. Me asomo a contracorriente de la avenida a ver si el conductor mintió, pero no. El viento frío arrecia con un ligero olor a asfalto y soledad.
Así que ahora, a desgastar los zapatos.
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