miércoles, diciembre 02, 2009

Mudam-se os tempos, mudam-se as vontades (excerto) ... Luís de Camões

Mudam-se os tempos, mudam-se as vontades,
muda-se o ser, muda-se a confiança;
todo o mundo é composto de mudaça,
tomando sempre novas qualidades.


Isto não é... a evolução?

lunes, septiembre 07, 2009

viernes, agosto 28, 2009

La certeza más triste

Cuando comencé a acercarme seriamente a esto de la ciencia, tenía profundas esperanzas en que todas las preguntas serían muy pronto contestadas. Ilusionado con los cuentos de ciencia ficción que poblaban los estantes de la imaginación de mi niñez, llegué con la firme certeza de que no había interrogante que, con el debido tiempo, la ciencia no pudiera solucionar. Con aquella convicción en mente, me decidí a ser parte de ello. Quería ayudar a develar los misterios de la realidad, quería contribuir a responder las preguntas más profundas, quería desenmascarar todas las facetas del universo.

Hoy, me pregunto si todos pasaremos la misma desilusión. Nosotros que hacemos ciencia hemos aprendido a aceptar que la realidad en su conjunto es inaprensible. Somos capaces de demostrar, describir, teorizar, modelar, y una multitud de verbos que alguien más elocuente escribiría, en nuestro intento de comprender la realidad. Pero lo cierto es que no somos capaces de entenderla, mucho menos de explicarla. Muy en el fondo quizás, pero tarde o temprano nos damos cuenta de que siempre existirá una parte de nuestra realidad a la que no tendremos acceso.

Y sin embargo, nos sentimos compelidos a seguir marchando en bata blanca, a llevar la antorcha que guía a las masas, ocultando en lo más hondo el conocimiento más triste: saber que no podemos saber.

¿O acaso no es ésa la certeza más descorazonadora de todas?

lunes, julio 27, 2009

Son las once y el camión no pasa. (III)

Camino.
Camino hasta que la noche se me viene encima como una cuenta vencida sin pagar. Camino hasta que parece que la parada de autobús es el mejor recuerdo al cual asirme. No conozco ninguna de las calles, todos sus nombres me suenan ajenos, ofensivos.
Cruzo unas cuantas calles en una soledad inmensa, y llegó a la siguiente parada del camión. Hay gente esperándolo, mirando hacia la avenida con la misma seguridad que se tiene al decir que el sol saldrá mañana. Su inquebrantable certeza me atrae como insecto a la luz. Ellos dicen, ¿cómo no tener razón? ¿Cómo no va a pasar el autobús? Esta certidumbre inexplicable que nos ata a la parada se multiplica por dos, por tres, por cinco y moverá las montañas necesarias para hacer que un camión pase. Me siento obligado a decirles que no es cierto, que todo sobre lo que han fundado su nocturna fe es una mentira, pero súbitamente les temo. ¿Quién se enfrentaría solo a tanta convicción religiosa?
Dejo atrás la secta de autobusistas y vuelvo a dirigirme avenida abajo. En esta oscuro transitar, apenas roto por aventuradas farolas, me pongo a imaginar lo fácil que resultaría desentenderse de la humanidad y arrebatar todo rastro de dignidad a un semejante. Me dan escalofríos, mas no cambio el rumbo ni la meta. Dos calles abajo, poco a poco pero cada vez más angustiantemente, cual fecha de entrega, se aproxima un hombre. Voluminosa chaqueta de los Cowboys, pantalones de mezclilla desgastados, las manos en los bolsillos, gorro negro tejido; todos los músculos de mi cuerpo se tensan al dar el siguiente paso.
Especulo. Este hombre no es más que otro viajero perdido. Me tranquilizo. Pero bien podría ser un viajero que ha perdido el rumbo en la vida, y que decidiera dedicarse a la manera más fácil de hacerse de lo que no le es propio. Contemplo la posibilidad y me horrorizo. Aunque claro, quizás sólo se acerque a mí a preguntarme una dirección que lo guie de regreso a una vida de rectitud y honradez, pero quizá para ello no necesite de mis palabras sino de mis órganos internos, o peor aún, los externos, así que mi corazón no envidia a mis pulgares y se pone a latir con desparpajo. El hombre se acerca inexorablemente y cada una de mis hipótesis es rechazada. Me pasa por un lado como quien le pasa por un lado a un árbol sólo ligeramente más notorio que todo el fondo, se acerca a un portón y lo abre tranquilamente. Me avergüenzo de no haber sido ni siquiera una posibilidad peligrosa para él. Quizás sea esta cara de simplón, o quizá sea este paso de quien no sabe bien a bien a donde se dirige ni cuando ha de llegar.

sábado, julio 11, 2009

Son las once y el camión no pasa (II).

-No llego hasta la terminal. Llego hasta X.
-¿Hasta X?
-Ajá. ¿Sube?
-Pero el que va hasta la terminal, ¿sí va a pasar?
-Uuh, no creo. ¿Sube?
¿Me está dejando alguna opción?
-Sí, sí. Aquí tiene. Gracias.
Las luces del fondo parpadean.
Hay tres o cuatro incautos más. Al primer enfrenón, la cubierta debajo de la última fila de asientos se viene abajo con estrépito. Nadie se acomide a recogerla. Ni el conductor siquiera. Mucho menos el conductor.
Dos calles antes de X, la variedad de la noche:
-Sólo llego hasta X.
-Que sólo llega hasta X, güey.
-¿Hasta X?
-Ajá.
-Puta madre, nel, ¿tons pa' qué nos subimos?
-Nel, sí súbete.
-Pero ya es aquí adelantito.
-¡Órale, ya súbanse que hace frío afuera!
-Órale chof, déjenos subir de a grapa, ¿no?
-Sí, ya es aquí adelantito.
-Ándele, rífese.
¿Quién puede negarle nada a semejante concurrencia?
-Vientos. Usted si rifa.
-Órale, culeros, el que no alcance lugar es puto.
-Buenas, compita. ¿Tú tiraste esta madre?
-Déjalo, güey. ¿No ves que es escritor?
-Chale, ya uno ni puede hacer amigos. Qué pedo.
Nadie me había dicho que las dos calles más largas de la ciudad están justo antes de X.
Al poner pie en tierra, me doy cuenta de que no tengo planes a futuro. Me asomo a contracorriente de la avenida a ver si el conductor mintió, pero no. El viento frío arrecia con un ligero olor a asfalto y soledad.
Así que ahora, a desgastar los zapatos.

domingo, junio 28, 2009

Son las once y el camión no pasa. (I)

Son las once.
Tengo ganas de llegar a casa.
Son las once y el camión no pasa.
La fría brisa de junio no hace más que intensificar mi desazón. ¿Qué pasaría si el camión nunca pasara? ¿Debo cambiar de plan y decidirme por el metro? Trato de discernir de entre las luces de los autos las redondas e inconfundibles luces del camión. Todas se parecen.

Son las once y diez y espero.
El vagabundo dormido en la parada de autobús, que al principio fue tan buen repelente para los esperas cansados, ya no me parece ahora tan mal compañero de banco. Quizá hasta nos hagamos amigos.
-Qué tal, ¿cómo le va?
-Aquí, esperando.
-Sí, ¿verdad?.
-Sí.
-¿Y usted hace cuánto que espera?
-Ya me parecen horas.
-Yo llevo aquí tres días.
-Oh.
Suerte que no se despierta cuando me siento.

Son las once y veinte y espero.
Los viajantes sésiles que ahora aguardan junto conmigo ya comienzo a tomarles cariño. Me siento compañero de gremio, colega de sufrimiento. Podríamos tener reuniones semanales para contarnos cuántas cosas nos hemos perdido de la vida esperando los camiones. Ya puedo ver las bandejas de galletas con forma de autobús y las cafeteras que rápidamente se vaciarían por que no tendríamos nada más que decirnos.

Son las once y media y espero.
Hasta ahora han pasado cuatro autobuses, ninguno se ha detenido, ninguno llevaba gente, ninguno parecía querer ser autobús. Con los últimos dos cambié de dedo para hacerles la parada.
Luego, se acercan desde la distancia las redondas e inconfundibles luces del camión. Poco a poco van tomando su lugar en la defensa delantera. De entre el caos de luces que es la avenida, emerge poco a poco, como si tuviéramos todo el tiempo del rumbo, la figura favorita de todos los que esperan. Es un camión y está deteniéndose frente a nosotros. Abre sus puertas en el gesto más provocativo de la noche y comienza a ser abordado. Al fin.
-No llego hasta la terminal. Sólo hasta X.
¿Dónde compro pases vitalicios para el metro, mierda?

miércoles, junio 03, 2009

Nuestra fruta se descompone.

Paso por la sala de mi casa y huele a podrido. Cada una de las células de mi epitelio olfativo me maldice. Me acerco. Son las naranjas. Y las guayabas. Y las peras. Y las... Dios, ¿qué era esto?

La fruta se está pudriendo.

La hemos dejado así, abandonada, sin cuidado, sin voltear a verla, sin dedicarle cuidados o atenciones. Poco a poco fue perdiendo su dulzura, su sabor, su aroma, su pasión frutal. Lo pensamos inevitable. Creímos que era lo normal. Supusimos que a todos les pasaba. Sólo nos dimos cuenta de que se estaba descomponiendo hasta que fue demasiado tarde. Ahora, ¿cómo arreglarlo?

Podríamos hacer mermelada. Podríamos. Pero no será igual. No conservará el mismo sabor. Y no conseguimos nuestra fruta en un principio para hacerla mermelada. ¿Eso es lo que merecemos?
¿Merecemos perdernos para siempre de su fragancia natural sólo porque nos detuvimos a contemplarla por demasiado tiempo? En su momento disfrutamos contemplarla. Sus colores son hermosos. Nos regodeamos en sus contrastes, en sus texturas. Y dejamos pasar demasiado tiempo perdiéndonos en su semblante. No supimos que podíamos probarla. Eso. Nunca supimos que la fruta era para comerse. Ahora, está podrida.

Tú y yo, ¿queremos salvar nuestra fruta?

jueves, mayo 28, 2009

Amor, ya es tarde - Aquí te recordamos, Mario (III)

Amor de tarde
Mario Benedetti

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.

lunes, mayo 25, 2009

Inmóvil en medio del camino - Aquí te recordamos, Mario (II).

No te salves
Mario Benedetti

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino

y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.



domingo, mayo 24, 2009

Aquí te recordamos, Mario. (I)

Aquí te recordamos
vrhm

se fue
se ha ido
mario, ¿dónde estás?
¿a dónde huiste con tu piel ceniza?
¿qué vientos sigues con la luna llena?
¿cómo pudiste
dejarnos solos, tan acompañados?
¿como pudiste
dejarnos ir,
y tú quedarte?

mario
los años pasan
la vida pesa
tus versos suenan
a paloma nueva

nunca te has ido
realmente no
ni de las bocas
ni los labios
ni de los ojos que a fuerza de tanto ver
en oídos mudan y devienen tango

aquí te recordamos
corto, inquieto, jugador sincero
aquí te recordamos
porque ayudaste a levantar el vuelo
con la fuerza de tu pluma
que es aliento y viento
a amantes bulliciosos
y cariños viejos
porque escribiste fragmentos
de emoción sincera
emoción sin nombre
emoción sin dueño
aquí te recordamos
porque rociaste un poco
a la realidad
con sueño



Corazón coraza
Mario Benedetti

porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no

lunes, abril 27, 2009

¿Te acuerdas de cuando odiaba a Carlos Jobim?

-¿Te acuerdas de cuando odiaba a Carlos Jobim?- le preguntó mi padre a mi madre en la mesa.
-¿Sí? -dije intrigado.
-¿Y sí lo odiabas, papi?-preguntó escéptica mi madre.
-Me acuerdo que en alguna estación que transmitía cuando era chavo pasaban por lo menos dos de sus canciones cada hora. Pero yo ni siquiera asociaba su nombre a alguna canción. Lo que me molestaba era la voz del locutor anunciándolas cada vez "... y ahora, el inigualable Antonio Carlos Jobim". Así cada veinte minutos.
-Ja- me sonreí.
En la radio comenzaban a sonar los primeros acordes de Garota de Ipanema. De repente, todos nos callamos.
Olha, que coisa mais linda, mais cheia de graça...
Mi padre parecía perdido en sus memorias. Mi madre parecía combatir una mancha en el mantel.
...o seu balançado é mais que um poema, é a coisa mais linda
que eu já vi passar.
Comencé a cantar quedito.

miércoles, abril 22, 2009

Apología del bostezo (II)

Y la boca se abre.
Y de la insondable oscuridad apenas rota por el pequeño péndulo rojo surgen cientos y cientos de portentosos gusanos. Cada uno se aferra a los pedazos de carne que el anterior desprendió, hasta que convierten el interior de la boca en un amasijo sanguinolento que se escurre de las mandíbulas de su propietario. A continuación, es el rostro completo lo que se amorfa. Los ojos se salen de sus cuencas, fluyendo como un estornudo virulento. Los cabellos se secan, se hacen grises y comienzan a desprenderse en una cascada de plata y lodo que se lleva consigo los últimos vestigios de piel que aún permanecían adheridos.
Esa blanquísima calaca voltea a mirarte. Bien podrías ahogarte en el oscuro mar de sus órbitas. Separa la mandíbula y te dice:
-Tengo sueño.
Después, introduce su mano en tu boca y te provoca un bostezo. Estás frente a un espejo.

martes, abril 21, 2009

Apología del bostezo (I)

Estoy escribiendo de nuevo.
Es que se contagia.
Como los bostezos. Lo bueno de los bostezos, en cambio, es que te salen como te salen y no son malos ni buenos. Pueden salirte chistosos, sí. O muy ruidosos; yo he escuchado el bostezo de mi madre a 100 metros de distancia. O incluso pueden salirte silenciosos, muy largos, creando una atmósfera de tensión y suspenso que mantiene a todos en vilo, hasta que al final se acaba con un pequeño hipo como remate. Pero cada quien lo hace como puede, lo contagia al de al lado que también bostezará a su estilo, y así hasta que todos seamos artistas del bostezo. Pensándolo bien, no es tan diferente de escribir.
Pero en fin.

sábado, marzo 07, 2009

La mudanza hacia ninguna parte (III)

Así es.
La solución vino de arriba en forma de señora octagenaria amante de los gatos y las tazas de té de colección. Aunque en realidad nunca pude comprobar su felinofilia, ni su... (¿cuál es la palabra para tazas de té de colección?)-filia, la vi las suficientes veces para darme cuenta de su edad y de su deseo de vender su departamento. Esto quiere decir que la vi una vez. Así de deseosa estaba. Así de vieja estaba.
Con la asertiva capacidad de convencimiento que caracteriza a mis padres (mi padre por ser periodista de política, mi madre por ser madre), llegaron a un acuerdo con la señora. Por una cantidad que no estoy autorizado a revelar, se firmó la compra-venta del departamento. Estábamos en ascuas. Y en las viejas ascuas. Tuvieron que pasar casi 7 meses para que el verdadero movimiento comenzara. Y es que a Infonavit le gusta difundir el valor de la paciencia. Aparentemente, es de los pocos valores con los que sigue contando.
Pero después de tantas semanas de espera, después de tantas promesas, después de tantos planes, bosquejos, salidas en falso y temblores, todo pasó muy, pero que muy rápido. "Se nos vino encima" es como mejor se describe. Y no hubo "es que yo no sabía" que valiera.
Así, tan de repente como un aviso a media noche sobre una tarea pendiente para el siguiente día, nos asaltó la mudanza. Ninguna defensa fue posible. Tuvimos que pensar o fenecer. Ora estábamos eligiendo losas para el baño, ora quitándolas porque no combinaban, ora planeábamos el lugar ideal para un librero nuevo, ora nos dábamos cuenta con un "¡Ah, caray!" de que teníamos más libros que libreros, ora hacía una caja con el 20% de mis pertenencias, ora el 80% restante se venía abajo junto con la pared falsa entre la recámara de mi hermana y la mía.
Poco a poco la mudanza se acercaba reptando hacia nosotros. El lunes perdimos la cocina. "Capitán, ¿dónde se abastecerán nuestras tropas?". "Llévelas a que se surtan fuera de las líneas de guerra","¿Al Teresita, señor?","¡Use su buen juicio, soldado!","¡Sí señor!¡El Teresita será, señor!". El martes los territorios de la Sala de Estar fueron saqueados. No quedó piedra sobre piedra, no quedó florero sobre mesa. Esa noche durmimos con miedo. El miércoles... lo habíamos perdido todo. "¿Donde jugarán los niños, señor?... ¿Señor? ¡Comunicaciones, hemos perdido al Comandante!
Poco a poco, el sentimiento de desahucietud nos fue dejando. Poco a poco, la vida normal regresaba. Si hemos de hacer una definición de nuestro estado, la más adecuada no sería "independencia", ni "autonomía", ni "separación" mucho menos. Cuando nos pregunten, "¿ya se independizaron de sus padres?", nosotros responderemos "Cuasi-cuasi. Somos un estado libre asociado, más bien". Y es que ahora somos una familia que exploró nuevos territorios y los reclamó para la Reina (que no soy yo, ya acaben con ese chiste). Expandimos nuestro nano-imperio.
Lo extraño es que fue la parte más antigua del imperio la que cruzó los mares para irse a vivir en tierras ignotas. La parte más joven, la más pobre, sencilla y pauferosa (cargamos con pobreza y con Pau), o sea nosotros, fue la que se quedó en el Viejo Mundo.
Y entonces, como hay más razones para celebrar que para lamentarse (o incluso que para mentársela), propongo un brindis por la cuasi-independización de nuestros padres. ¡Salud en su nueva vida de re-casados!¡Salud en nuestra nueva vida de cuasi-solteros!
¡Salud para todos y todas!
Escuché que estornudaron.

martes, marzo 03, 2009

La mudanza hacia ninguna parte (II)

¿A dónde nos estábamos mudando?
Esa idea dio vueltas en mi cabeza un rato. Luego, el que empezó a dar vueltas fui yo. Todo estaba pasando demasiado rápido. En unos pocos días, el orden que tan meticulosamente habían construido mis padres a lo largo de 10 años estaba reajustándose increíblemente rápido. Yo no lo creía. Y lo que es más, fue de esos eventos que pasan tan súbita y fugazmente que cuando terminan te dejan con la duda de si en realidad sucedieron. Bueno, yo sé que la mudanza sí sucedió. Hoy estoy durmiendo en un lugar diferente al que dormía hace dos semanas. Y sin embargo, bien podría haber dormido aquí toda mi vida. Me explico:
Hace algunos años ya, mis padres se dieron cuenta de que necesitábamos un lugar más grande para habitar. Esto les fue llegando poco a poco. Una bicicleta fija que prestaba sus servicios alternos como perchero y como estorbo para abrir la puerta de su clóset; una mesa de centro de sala que tuvo que ser desahuciada al cuarto de servicio por considerarle demasiado grande para una casa tan pequeña (un día le dijo al piano vertical "en este pueblo no cabemos los dos" y tuvo razón; fue envuelta en plástico negro y almacenada donde ya no pudiera retar a más muebles); un par de libreros que contenían apenas la tercera parte de la colección de libros de la casa, volúmenes que se peleaban entre sí para obtener acceso al frente del librero con la esperanza de algún día ser leídos y no regresar a las filas traseras pegadas a la pared donde el olvido podría ser su peor verdugo; el muro de papel entre el cuarto de mi hermana y el mío, que con la debida posición del bajo actuaba como caja de resonancia cuyas ondas sonoras se transmitían a una frecuencia tan baja que afectaba el vuelo de las palomas tlatelolcas; la zotehuela tan atiborrada de chunches innombrables (había utensilios, líquidos, ropa y crecimientos de materia orgánica tan desconocidos para mí que nunca alcancé a clasificarlos) donde había un poco de espacio disponible sólo porque la puerta abría hacia adentro... En fin, todo eso comenzó a decirle a mis padres que comenzábamos a necesitar un espacio más grande. El problema fue entonces encontrar alguna opción que no hubiese sido magullada por la crisis hipotecaria, madre de todas las crisis.
La solución cuasiperfecta vino de allá arriba.
No tan arriba.
Del piso de arriba, pues.

lunes, febrero 23, 2009

La mudanza hacia ninguna parte (I)

Un buen día volví a casa y me encontré con que los muebles de mi sala habían desaparecido. El día siguiente, al cerrar la puerta principal, me topé con que un señor estaba metido en el mueble de la cocina. Le di las buenas tardes y el me dio la imagen levemente insinuada de la separación de sus glúteos asomando de sus pantalones. Estaba haciendo plomería, claro. Todo comenzaba a tener sentido.
El día subsecuente, los muebles de la sala seguían faltando y en su lugar me encontré mi cama y la de mi hermana a la mitad del lugar. Y bueno, a esas alturas ya podía sospechar con seguridad que estaban remodelando mi casa. Pero si las camas estaban en la sala, ¿quién estaba en nuestros cuartos? A veces la mejor respuesta es la que precisamente evita responder la pregunta. ¿Quién estaba en nuestros cuartos? es una pregunta inocente. La respuesta es: ya no había cuartos.
La pared entre la recámara de mi hermana y la mía se había esfumado, dejando tras de sí rastros de soportes y tornillos en las paredes y en el techo y uno que otro pedazo de cascajo, los cuales Moy insistía en que fueran vendidos como recuerditos de "la caída del muro". En un principio no me preocupé por los recuerditos hechos de cascajo, sino por los pedazos de cascajo que estaban sobre mis pertenencias otrora colgadas sobre la ahora inexistente pared. Esto fue la gota que derramó el vaso de las elucubraciones, y entonces mis sospechas estuvieron más que confirmadas: nos estábamos mudando.
Pero, ¿adónde?

Blog de Evolución de la UNAM